Memoria de un lugar, memoria del ser y memoria vegetal’ son las tres líneas de trabajo sobre las que el conocido artista visual grancanario Cristóbal Guerra ha sustentado la intervención artística que propone en una de las viviendas indígenas recreadas en el yacimiento del Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada, de Gáldar. ‘Templo de la Memoria’ es el título de la propuesta que se presenta el día 15 de marzo, a las 19:00 horas, después de que su presentación inicial en febrero tuviera que ser pospuesta por causas meteorológicas.
El proyecto artístico de Guerra, se ha podido llevar a cabo a partir del panelado del interior de una de las construcciones que recrea el yacimiento. El resultado es un mural continuo de 60 metros cuadrados, realizado con pintura acrílica. La intervención permanecerá en el interior de la vivienda indígena y formará parte del recorrido de visita habitual del Museo y Parque Arqueológico hasta el próximo 31 de agosto.
La intervención ‘Templo de la Memoria’ se ha desarrollado en el interior de una de las réplicas de vivienda prehispánica próximas a la Cueva Pintada. “Hemos recubierto todas sus paredes con bastidores y lonas como soporte, intensificando el diseño de la planta cruciforme de las viviendas aborigen”, explica Cristóbal Guerra, impulsor de la iniciativa.
Experiencia inmersiva
“Pretende ser una propuesta inmersiva, donde las redes neuronales y las conexiones entre raíces y microbiología del suelo nos hacen recrear ese mundo invisible a nuestros ojos”, desarrolla el artista. El proyecto está pensado para estimular los sentidos. Además de las formas y colores plasmados, la experiencia cuenta con la ayuda de difusores de aromas y con la importantísima colaboración del sonido a modo de banda sonora, a cargo del compositor Juanda Mendoza, que ha sabido poner sonido a esos sutiles pero constantes procesos vitales. “Una preciosa composición que logra hacernos sentir el flujo de la vida”, añade Guerra.
El objetivo es partir de la costumbre de pintar el interior de muchas de las viviendas prehispánicas existentes en el yacimiento y, por supuesto, la propia Cueva Pintada, para representar artísticamente el universo natural en el que se desarrollaba la vida de las primeras poblaciones de Gáldar.
Así, reúne, en una única superficie, la memoria de las ciudades superpuestas, los paisajes neuronales de su trayectoria vital, y el legado de hongos y bacterias que nos sostienen sobre la tierra, convirtiendo el interior de esta vivienda en una ‘duramadre’ sobre la que Guerra vuelca su reflexión acerca de la pintura.
“Sabemos que la energía que desprende el friso policromado de la cueva se asemeja para muchos de nosotros a un ‘cerebro’ de toba volcánica donde se guarda la memoria colectiva de los habitantes de este antiguo poblado. Hemos querido representar esa magia neuronal y vegetal”, explica el artista y viticultor galdense.
Aniversario con arte
Coincidiendo con el 50 aniversario de la declaración de Cueva Pintada como Bien de Interés Cultural del Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada, la dirección del centro que gestiona la Consejería de Cultura del Cabildo de Gran Canaria propone a Cristóbal Guerra la elaboración de una propuesta artística que sirva para conmemorar esta fecha tan importante para la vida cultural de todo el municipio. “Como conocían mis propuestas anteriores, donde he desarrollado la pasión por el cerebro y el mundo natural, este proyecto se transformó en una oportunidad para poder unir en un mismo espacio toda mi trayectoria artística que casi coincide con esos 50 años que se conmemoran”, detalla Guerra, quien describe el espacio arqueológico como “un lugar único venerado por muchos de nosotros como un auténtico templo aborigen, donde se deposita la memoria prehispánica heredada”.
Este proyecto es, por ello, la culminación de tres décadas de trabajo vinculado con su propia memoria sentimental, con la transformación de su ciudad, Gáldar, a la vera de las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo desde los años 70. “Las simbologías prehispánicas como las pintaderas, las cerámicas, los nombres, los yacimientos, los restos aborígenes están muy presentes en toda la actividad cultural de nuestro municipio”, recuerda Cristóbal Guerra. “Mis primeros dibujos de esa época se alimentan de todo ello. Era muy común encontrar restos de cerámicas prehispánicas entre los desmontes para solares o fincas agrícolas, lo que despertó en muchos de nosotros esa pasión por conocer y por mostrar nuestro pasado aborigen”.
Cuando se inician las primeras campañas de excavaciones en los alrededores de la Cueva Pintada, pudo visitar y conocer los trabajos de los arqueólogos que día a día sacaban a la luz “toda esta ciudad superpuesta que era la Agáldar que tanto me fascina. La geometría de los hilos para marcar las zonas de excavaciones, los cortes perfectos en el terreno, la visión de los primeros vestigios, etc eran verdaderamente muy sugerentes para mí. Hacer viable lo que estaba oculto a nuestros ojos sigue motivando mi trabajo”, confiesa Guerra.
Tres memorias
Los años de formación de este inquieto autor norteño le llevan a experimentar con diferentes técnicas y soportes. “Desde el punto de vista conceptual, me llevan a un acercamiento a la llamada sociología espacial, donde hay una preocupación por el lugar y las condiciones formales y espaciales donde uno crece y le toca vivir.
Coincidiendo con esas primeras excavaciones, se desarrolla la serie del ‘Zócalo Rojo’, con esa visión desde arriba, las plantas cruciformes, la ciudad superpuesta o el Palacio de los Guanartemes, que dan contenido algunas de las esculturas o intervenciones como el homenaje a Celso Martin de Guzmán, La Casa Pintada, El Palacio de los Guanartemes. Es lo que el crítico Franck González llama ‘la memoria del lugar’. La segunda es ‘la memoria del ser’, que recoge toda su serie de los llamados ‘Nocturnos’, donde la geometría de la arquitectura y las estructuras espaciales se ven atravesadas por las formas orgánicas del mundo vegetal. Está representada en pinturas que darán pie a la serie ‘Noche, cepa y cerebro’ (2010), que se ampliará a propuestas como ‘El cerebro, la gran cepa azul’ (Museo Elder, 2010).
Y, por último, la tercera, la ‘memoria vegetal’, surge a partir de su iniciación en el mundo del vino, con proyectos como ‘Los códices del vino’ (CICCA, 2009). Se trata de una línea de trabajo que se hibridará con la ‘memoria del ser’ en series como ‘El jardín de la alquimia’ (Hospital Negrín, 2015) y ‘Paisaje Cultural, Paisaje Neuronal’ (Casa-Museo Antonio Padrón, 2016).
Trayectoria de Cristóbal Guerra
Cristóbal Guerra (Gáldar, 1960) es licenciado en Bellas Artes, especialidad en Diseño por la Universidad de La Laguna. Ha sido profesor de Educación Plástica y Dibujo técnico en enseñanzas secundarias de Canarias. Ha trabajado en varias galerías nacionales y ha participado en exposiciones individuales y colectivas en los ámbitos nacionales e internacionales, donde ha reflejado su preocupación por la relación del ser humano con el paisaje y el medio natural.
Su actividad artística le ha llevado a investigar sobre sociología espacial y a desarrollar su obra plástica más allá de los soportes bidimensionales de la pintura y a trabajar e intervenir en el espacio. La pasión artesanal por la actividad enológica y el conocimiento del mundo vegetal, la vida en el suelo o la microbiología le llevan a estar en continua búsqueda de información y formación.
Tomando la decisión en 1994 de crear paisajes, formar e intervenir en el paisaje, compra su primera pequeña parcela de plataneras e inicia su actividad agrícola. Comienza inscribiéndose en el CRAE como viticultor ecológico. De manera lógica, la pasión por el conocimiento y la creación le ha llevado a profundizar en los principios de la neuroestética, el cerebro y su organización. Ha desarrollado varios proyectos de arte y ciencias en colaboración con personalidades del campo de la neurociencia, como Javier De Felipe, director del Instituto Cajal y del Blue Brain Project. Destaca el proyecto ‘El Cerebro, la Gran Cepa Azul’, en el Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología en el 2010.
En 1999 adquiere otra pequeña parcela situada en las antiguas inmediaciones del Convento de San Antonio de Padua, que se construyó en 1520 en la Vega de Gáldar. En esta parcela se inicia como viticultor ecológico desde el año 2000. Su actividad como viticultor y bodeguero se ve recogida en varias exposiciones donde el mundo del vino y la viticultura se convierten en el tema principal de su obra artística.
En 2016 empieza a profundizar en los sistemas de cultivos ecológicos y la vinificación natural, lo que le lleva a interesarse por la agricultura orgánica y regenerativa. Asesorado por Isaac Álamo Saavedra, comienza aplicar y a producir tratamientos orgánicos y de agricultura natural coreana (KNF). Aparecen los primeros vinos sin intervención ni correcciones, siendo lo más naturales posibles. Durante estos años los descubrimientos en los métodos agrícolas y de viticultura han alimentado y nutrido su actividad artística.